13 de mayo de 2018

El lobo y la acción

0 comentarios
La década de los ochenta, al menos hasta el lunes negro, fueron años de yuppies. Cuando este término -young urban professionals- empezaba a caer en desuso, aquellos que en su adolescencia o recién estrenada juventud habían quedado fascinados por esta estadounidense tribu, en los noventa, ya jóvenes adultos, perseguían el sueño de superarlos. Yo mientras tanto, por aquí - llamad a esta tierra como os dé la gana - recuerdo estar enfrascado en mis cavilaciones sobre conceptos y materias que por entonces me fascinaban como la teoría del caos y de sistemas, la entropía, las leyes de la termodinámica y cosas así. Estarían de moda, supongo. Sospecho que tengo algo de “fashion victim”.  Y supongo que debían de estar de moda porque por aquella época aparecieron múltiples ensayos que aprovechaban la transversalidad de ese conocimiento para aplicarlo a toda clase de disciplinas y estudios. Así llegué a leer libros, cuyos nombres no recuerdo bien, que versaban sobre marketing y caos, sobre sociología y caos, sobre comunicación y caos, sobre gestión y caos, sobre lo que queráis y caos; lo común: sistemas complejos y dinámicos. Es en uno de estos libros, de autor español de cuyo nombre no consigo acordarme, el cual intentaba arrojar evidencia sobre la cuestión de comandar organizaciones empresariales en entornos caóticos, donde descubrí la forma de decir de manera elegante algo que ya sabía, que todos sabemos; una frase que he hecho mía para siempre y utilizado repetidas veces: “El futuro no es predecible ni depende de nuestras intenciones, depende de nuestros actos”. Maravillosa. No determinista.


Mientras yo me apropiaba de una gramática sencilla para transmitir la práctica trivialidad del principio de acción y reacción, aquellos ochenteros púberos y jóvenes americanos adoradores de los “yuppies”, ahora ya adultos, utilizaban una variante más motivacional. De esto me di cuenta cuando leí “El lobo de Wall Street”; jactanciosa autobiografía de Jordan Belfort que comenzó a gestar mientras estuvo enchironado por fraude, estafa, blanqueo de dinero y otros delitos relacionados con las finanzas y el mercado de valores. Entre muchas otras interesantes frases y citas que contiene el libro y que merecerían reflexiones aparte, la autobiografía contiene esta: “Without action, the best intentions in the world are nothing more than that: intentions”, que aunque sé que la mayoría ya habrá entendido traduzco: “Sin acción, las mejores intenciones del mundo no son nada más que eso: intenciones”.


Y yo, más allá de la evidentes diferencias léxicas, gramaticales e idiomáticas, percibo distintos matices en cada una de las formas de expresión de este pretendido axioma transoceánico, que sospecho están relacionados con las divergencias culturales entre ambos lados del charco. La primera menciona expresamente el futuro, algo lejano, tal vez planificado, mientras que la segunda lo obvia, dando la sensación de incitar a la acción para una recompensa inmediata, aquí y ahora. La primera habla de la impredecibilidad de ese futuro, que inevitablemente nos recuerda lo negativo de la incertidumbre y la inseguridad asociada a esta, mientras que la segunda, en su conjunto, parece querer provocar la confianza en las decisiones tomadas por uno mismo. La primera no juzga las intenciones, tan sólo afirma que el provenir no depende de ellas, mientras que la segunda de alguna manera las desdeña, “no son más que eso”. La primera utiliza la palabra “actos”, que me hace pensar en algo solemne, litúrgico, mientras que la segunda utiliza “acción”, para mí más prosaica.

La estafa y el engaño persiguen el obtener un beneficio inmediato para quien los practica, necesita de individuos muy seguros de sí mismos para dar el pego y no considera las intenciones porque sólo hay una que además es fin: ganar dinero. Entiendo entonces que el tal J. Belfort, “the wolf”, un estafador de altos vuelos, considerara la segunda versión.


Los personajes como Jordan Belfort han vivido experiencias que nosotros tan sólo podremos soñar, han poseído cosas que nos resultarán imposibles de alcanzar, han realizado actos difíciles de imaginar y están tan satisfechos con sus valores como lo podamos estar nosotros con los nuestros puesto que su particular moral así lo permite. Además, a diferencia de nosotros, Jordan Belfort podrá enseñar a sus hijos, cuando tengan uso de razón, una versión ficcionada por nada menos que el mismísimo Martin Scorsese de “cómo conocí a tu madre” →  Mirad el vídeo. Edificante.

10 de mayo de 2018

Lila Downs y el fémur más bello

0 comentarios
No soy yo ávido lector de libros galardonados con el premio Planeta, pero el azar, o ese caprichoso tejido de Moiras, alguna vez, pocas, más por mala planificación que por consciente elección, ha puesto en mis manos algún volumen de alguna de estas afortunadas obras -lo de afortunada lo digo por el estupendo incremento pecuniario que para el autor supone el premio-. El último de esta categoría que recuerdo haber leído, hará unos tres años, es “Milena o el fémur más bello del mundo” de Jorge Zepeda. Una novela sobre corrupción, política, medios de comunicación, prostitución y mafias de la que no recuerdo gran cosa, tan sólo retazos inconexos, lo que me da una medida del impacto que me produjo. O tal vez sea que no llegué al final, no lo sé. A pesar de todo, mi obstinación en sacar algo positivo de cualquier experiencia lectora me obliga a anotar frases y palabras que de alguna manera me sorprenden o inquietan en el momento y que después reviso. Y de esa costumbre que descubrí a Lila Downs; y tirando del hilo, esta canción junto a Niña Pastori y Soledad; y me alegro. ¡Sí señoras!


31 de enero de 2014

dos años, un documental

0 comentarios

Segundo aniversario del último post publicado en este blog. 731 días -año bisiesto-

Consciente de lo inconveniente que para la salud de un blog es el ostracismo de su autor, si es que tráfico busca, sólo mi selectiva memoria documento.

Miro atrás, recuerdo..., dos años, ¡un tiempo fantástico!, una película, un largometraje, un documental: